En la ciudad habían problemas con el agua- ¿No pasaba eso en todas las ciudades? -Escuchaba a Cerati y pensaba en que si Cerati volviese en el dos mil treinta y encontrara una ciudad seca, sería capaz de revivirla con mejores canciones que las de su álbum Bocanada porque estaría aún joven. Seguramente su familia estaba intentando mantenerlo intacto e invertir en él todos los avances de la ciencia así como fueran siendo inventados.
Antes de decidir a qué se dedicaría su compañía debía tomarse algo helado, algo que le permitiera relajarse y dejar de pensar en el agua. En el camino al supermercado empezó a sentir que algo estaba mal con suIpod. Cerati se había quedado congelado en uno de sus temas favoritos. Chequeó la configuración del aparato. Intentó volver a encenderlo pero no sabía como hacerlo. Arrancó el cable de los audífonos del conector de la base. El aparato seguía sonando aún sin los audífonos. Estaba harto. había perdido la concentración en la idea de las compañías. Estuvo a punto de arrojar el aparato en una alcantarilla, pero se detuvo. Contempló a un mendigo cruzando la calle y pensó en cuanto odiaba a los mendigos. Después pensó en cuanto odiaba a mucha gente. Recordó al imbécil que le escribió un email ese día. las veces que había querido partirle la cara de una patada.
Volvió a concentrase en el Ipod, se dio cuenta de su error. Estaba activada la opción para repetir la canción. No pudo soportar la humillación que le producía el no estar al tanto de la forma en la que aquellos aparatos, cada vez más populares, estaban cambiando. Quiso castigar a su cuerpo y no darle agua para beber. Pensó en el agua, en el problema del agua de la ciudad. En lo seca que estaría en el dos mil treinta. Volvió a ver al mendigo. Se arrepintió de su forma de ser llena de odio. Intentó sanar su mala onda con algún pensamiento sobre lo que le deparaba ese día, pero nada, vacío. Estaba desempleado y le empezaban a doler las rodillas de tanto caminar.
Un desempleado solo necesitaba pensar en qué era lo que estaba haciendo mal, qué era lo que estaba molestando al rey que le dejaba fuera de sus planes. Ese era el único consejo que alguna vez le había parecido razonable. Sin embargo, en estos tiempos quizás ya no había un rey. El alcalde era un buen tipo y ciertamente no tenía ningún poder sobre las compañías que controlaban de la ciudad. Se comportaban como querían. Cada una tenía conocimiento en su propia área y usualmente se hacían cagadas la una a la otra. Había conocido a sus dueños. Tipos que estaban entre los cuarenta y cinco y los sesenta años, la mayoría de ellos hombres y blancos. Muchos de ellos adictos al basuco.
La última vez que se reunió con los dueños de las mil compañías fue para invitarles a fumar piedra. Todos le trataban bien en ese tipo de reuniones. Fue ahí donde recibió su Ipod. Además, le permitían quedarse en alguno de los cuartos del hotel en el que se reunían. Le dejaban subir a un par de chicas si quería, que las escogiera aún de entre sus hijas. Cuando estaban basuqueados, todos los dueños de las compañías se relajaban y volvían a ser el tipo de patanes que siempre habían sido, desde el colegio. Todos habían estado más o menos en los mismos colegios y en sus tiempos tenían fiestas en las que se basuqueaban también. Él había estado con ellos en esas fiestas, en esas épocas. En ese tiempo no le iba tan mal como ahora. No le fallaba la memoria, ni estaba desconectado de los avances tecnológicos. Habían quienes decían que él siempre había sido así y que estaban seguros de que con lo años no cambiaría. Bromeaban diciendo que todos serían dueños de alguna compañía y que él se dedicaría a formar la suya propia, una compañía llena de buenos para nada que estarían desempleados, succionando los recursos de la ciudad, pero que aún así le querían, que lo iban a apoyar. Lo que sí le aseguraban es que no se harían cargo de sus empleados. Los aproximadamente cien mil miserables que le costarían a la ciudad el hecho de que él no lograba encontrar aquello a lo que se encargaría su compañía.
Quizás todo se debía a que no había tenido padre. Eso hacía que no pudiera seguir el camino de muchos y simplemente decidirse continuar con el negocio de la famila. Desde que se había independizado el país, los ancestros de muchos de esos amigos suyos se habían dedicado a actividades que guardaban aún relación con lo que sus descendientes hacían actualmente: importaban asuntos del exterior, eran dueños de tierras, tenían que ver con la tecnología, daban servicios legales, eran ingenieros, dueños de constructoras. Exportaban el modelo que seguían hacia sociedades subordinas y en todas ellas había un tipo como él. El causante del mal mayor: el desempleo. Ese mal del que se contagiaban empleados de las otras compañías, que decidían ellos también ser vagos como su patrono y día tras día dejaban sus puestos de trabajo para unirse a los empleados de la compañía hueca e improductiva que tipos como él manejaban o habían creado sin saberlo y sin querer con solo dedicarse a dudar de la actividad en la cual invertir su fortuna.
Saboreaba su gaseosa mientras recordaba todo esto. Sabía quien había inventado esa gaseosa. Conocía al desgraciado, por fotos. Un tipo más bien gordo, que se veía siempre un poco distraído, como si tuviera aire en la cabeza. Quizás eso era lo que le había llevado a la idea de que las bebidas necesitaban gas. Se pidió también un sánduche de jamón. Tenía una reunión con un periodista y no quería ir con la barriga vacía. La última vez que había cometido ese error, le habían pasado sonando los intestinos y aunque su gastroenterólogo le había dicho que era normal, le hacía quedar muy mal frente a la prensa. No sabía de que iban a hablar, seguramente del nuevo casino y de sus problemas con el juego. Improvisó un par de respuestas. Decidió que le echaría la culpa a su iglesia. Diría que le cobraban demasiado, que el diez por ciento de sus ingresos era una suma que debía destinar a otras actividades y que eso le estaba obligando a buscar levantar recursos de donde no había, del apostar en las maquinitas del casino. Él podía argumentar que estaba muy consciente de todas las posibles fuentes de riqueza de la ciudad y que sabía que todas estaban copadas por alguno de los mequetrefes que pertenecían a su círculo social. La prensa amaba que pudiera soltar ese tipo de insultos sobre la huidiza clase alta. Era un personaje que se podía permitir ese tipo de excesos. era el excéntrico del pueblo. El que hacía que existiera algo de sazón en el aburrido ritmo de vida de esa pequeña metrópoli.
Soy extranjero- Le dijo al periodista- esa es la razón por la cuál he decidido no invertir en ningún negocio. Odio a toda esta ciudad, soy regionalista y aunque he aprendido a respetar a estos imbéciles no estoy dispuesto a hacer negocios con ellos. Prefiero que mi fortuna se acabe conmigo, como sabe no tengo descendientes y estoy feliz con eso. A los 60 años todo parece más estable. Mi deseo sexual ha estado en declive desde que me di cuenta que con todas las mujeres podía descubrir algún tipo de sistema que me conducía a lo mismo. Una decepción tras otra, disfunción asegurada. No le voy a decir que me paso mis noches solo. No, cuando se tiene suficiente dinero uno siempre encuentra quien le caliente la cama. Yo convivo con mi esposa. De vez en cuando nos permitimos dejarnos de huevadas y actuar como si fuéramos los muchachos que se enamoraron de la idea de que esta sociedad los aceptaría y de hecho, de una forma extraña así lo hizo. Ahora somos como cualquiera de esas parejas que salen en las revistas de sociedad. Claro que sé que usted es de una de esas revistuchas. no, no, no tiene porque editar mi forma de hablar. Deje nomás las malas palabras. Le aseguro que a ninguna de las personas en las demás secciones de la revista les interesará saber lo que usted diga de mí. Sepa que no se fijan más que en la forma en que son retratados ellos mismos. Ni siquiera se fijan en sus propios hijos y familiares, bueno quizás. Mire no me pregunte de esas cosas. Yo no soy un tipo de familia. Por qué no me pregunta de algo más, de mi afición al rock o algo. Sí, voy a conciertos, claro, cuando son eventos al aire libre, en los que hay la oportunidad de estar más o menos de incógnito. La gente piensa que soy griego o árabe. No lo sé, mi cabello ha perdido todo su color. Ahora soy igual que cualquier hombre de Occidente. Al menos eso es lo que me gusta pensar. Por qué no incluye en su nota una foto de mí tocando la guitarra. Se la puedo enviar por email. Sabe usted qué será bueno ordenar en este restaurante. Yo no salgo mucho.
Abrazaba a su esposa en la cama y deseaba que el día siguiente fuera domingo. Quisiera poderse levantar e ir a la iglesia y decirle al párroco en la cara cuanto odiaba sus sermones, cuanto odiaba tener que estar ahí junto a gente que no conocía pero que aún así le saludaba. Estaba pensando en el tipo de cosas que podría permitirse si fuera artista. Podría llenar la iglesia de caca y después argumentar que estaba haciendo una crítica frente al racismo imperante en la clase alta. Había escuchado de un español que hacía ese tipo de obra. Llenaría la iglesia de caca o de gente teniendo sexo en todas las diferentes combinaciones posibles. Sonaba divertido. Se divirtió apretándole una teta a su esposa. -Qué haces. -estoy pensando en ir a la iglesia mañana y llenarla de caca. -Oh, estás pensando en ese artista de nuevo. Mira porque no nos vamos de aquí. Salgamos de esta ciudad inmunda. Dejemos a toda esta gente y vamos a ver a ese tipo. Estoy segura de que podrías encontrar una forma de acceder a él. Sabes tratar a la gente. -No, no sabes como es allá. Allá no somos nadie. A nadie le importará que seamos de clase alta. No has aprendido nada sobre la forma en que funciona el mundo. Allá también hay mil compañías que fabrican todos los diferentes objetos que les son necesarios. Allá también hay una compañía que hace lo mismo que la mía, es decir, eso que no sé qué mismo será. Allá también hay un tipo como yo, un bueno para nada que no sabe ni siquiera como hacer funcionar su Ipod y al que todos culpan de los males de la ciudad. No tenemos un espacio en esa sociedad. Nos odian. Se burlan de nosotros. Para ellos no nos hemos independizado mujer. Yo creo que solamente nos han de respetar cuando nos vean siendo gobernados por nuestras esposas, pero eso no va a pasar pronto. Vamos a tener que morirnos todos y entonces quizás algo cambie. Por el momento mejor déjame cogerme una tetita.
Pastaza
Noviembre once de 1976
Santiago Soto (Pastaza es un personaje de Santiago Soto)
11/18/10
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