Cada vez que como quiero tener sexo. Cada vez que me alimento, que tomo agua, que me chupo un caramelo. Últimamente, cada vez que trago saliva también siento deseo. He estado dejando de comer para ver si puedo controlar esta fiebre de seducción. Sin embargo, me siento débil y llega un punto en el que tengo que comer. Entonces, me lleno de comida y después solamente quiero ser parte de una orgía o algún banquete sexual. He decidido dejar de fumar. Los cigarrillos también me hacen querer acostarme con alguna mujer, así que me fue fácil darme cuenta que no vale la pena llenarme los pulmones de cáncer por algo que era igual de malo que todo el resto de sustancias que me veo obligado a consumir. También he decidido que es mejor idea comer acompañado. De esta forma, puedo poner mi deseo en perspectiva y dado el aprecio que siento por los amigos con los que almuerzo he podido contenerme y ubicar mi deseo en un lugar seguro. Así mismo, siempre puedo conseguir con quien sentarme a cenar. Voy a este comedor de estudiantes. Me siento ahí y aunque no converse con ninguno, el mero hecho de comparar su deseo, aparentemente mucho más pujante, con el mío, hace que me sienta una persona normal. Lo que sí me resulta imposible es desayunar con alguien. La única persona en mi casa a esas horas del día es mi compañera de cuarto y ya hemos tenido sexo cinco veces y nos ha ido muy mal. No podemos ser pareja, ella sigue enamorada de su ex marido. Así que he decidido dejar de desayunar. Me importa un carajo que sea la comida mas importante del día.
Gabriel Gómez de la Torre
12/19/09
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