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virgen/casto/guapo


virgen/casto/guapo


Cuando me enteré que había descubierto la masturbación años después que mis amigos me di cuenta de que no era una coincidencia que cerca de cumplir veinte y un años estuviera preocupado por acabar de perder mi virginidad, en proceso medio sucedida desde mis diez y seis pasando por mis diez y ocho, y accidentada a los veinte. Me santigüé, un poco riéndome de mi mismo, al terminar de leer, otra vez, las instrucciones de un preservativo que tuve que salir a comprar en medio evento. Era parecido el cuadro a mis diez y seis, con un pana regalándome uno que vi nervioso como tenía un rasguño en la envoltura. Por ahí del noventa y ocho, no se sentían tan familiares los condones en manos de teenagers quiteños como éramos. Creo que ese tardío encuentro con la sexualidad, pese a ser hijo de un sexólogo me hizo apurar el paso con mis primeros segundos intercourses. Cuando me encontré con el amor en esa carrera desesperada de sexo empecé a imaginarme una hija preciosa a la cuál le hice una canción que aún toco. La que habría sido su madre, hace varias semanas se enojó conmigo por llamarle cuando agripada y eso más a media noche tras cuatro años de distancia norte-sur de esa profunda frontera que ejerce sobre nosotros los latinos el Río Grande. Fue con ella con la penúltima persona con la que creí en eso del matrimonio. Después de ella tuve que eyacular mi desesperación por terminar de conocer el sexo que me parecía esquivo aún cuando lo estaba teniendo en la terraza de un hotel en Guayaquil, a escondidas. A veces pienso que los artistas tienen que tener siempre un trauma. Quizás ese es el mío. Es lo que me permite no estar casado, con un trabajo de ocho a cinco, siendo feliz mirando programas de televisión, durmiendo temprano, sin tener el tiempo para escribir este tipo de notas, que solo se escriben a eso de las dos de la mañana. Escribo esto sintiéndome el personaje de una novela sobre el coming of age que dicen los gringos y distingo mi necesidad de poder enmarcar el proceso de hacerse hombre dentro de un paréntesis de años en los que uno pasa de la libertad al conformismo, de la fantasías de anarquía con demasiadas horas dedicadas a los oficios contraculturales a la costumbre cariñosa de someterse a una esposa. Me vuelco un minuto al momento antes de ese traspié que se llama altar masculino. El momento en el que uno tiene suficiente confianza en-uno-mismo para creerse capaz de proveer mientras ella se embaraza y cría al niño. Son tantos los compromisos que uno tiene con el mundo que es necesario esgrimir una seña para que uno pueda reclamar el derecho a comprender el propio papel en la sociedad por sobre el rol de pagos de una empresa. No hay café, ni desempleo impostergable que no le haga a uno sentirse extraño, solterón, artista frustrado, funky business, si no se tienen las credenciales de éxito que tienen algunos de nuestros colegas, sí quizás más religiosos, sí quizás más ingenuos, sí quizás más guapos, sí quizás más corruptos o beneficiarios de una nuance de burguesía. Quizás es por eso que me repliego a las transmisiones radiales presidenciales o a la crítica literaria y a un par de periódicos de dudosa posición ideológica. Cuando Vladimir Sierra dice que le incomodan sus juicios sociológicos cuando lector de ficciones contemporáneas, yo me pregunto con que tipo de rigor entiende uno la evolución de una hombría a medias, de una soltería paranoica y reaccionaria cuando parece estar de moda lo trans y toda hetero-lectura de una sensación de soledad solo sucede cuando uno se atreve a no sentirse parte de un working class ethic. De que sirven los cómics, los discos, el porno, los poemas, los comentarios, las reseñas, el entusiasmo cuando uno se ha olvidado de cocinarse como debe tres comidas diarias, cuando a uno le da gripe por falta de vitaminas, cuando no se puede salir a bailar porque es una estupidez ser anticuado pero aún borracho, aburrido pero aún agresivo, cursi pero aún feo. En este diario de amistad con uno mismo es difícil a veces recordar que las neurosis solo son parte de este matrimonio con el autoestima. Algún día he de tener que comprarme un auto.



Truly Gómez
01/12/10

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