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Las Quitus

Un día, Macarena entendió que era una quitu. Lo de quiteña, le sacaba un poco de onda. Había algo en esa idea de ser quiteña que siempre iba a estar relacionada con ser blanca o al menos, con una medida de qué tan blanca debías ser para que pudieras ganarte ese apelativo.

Por otro lado, ser una quitu, se sentía más como ser ella. Ella misma, sin necesidad de modificaciones inteligentes establecidas por una bloguera. Así fuera la Kiki, o cualquier otra.

Macarena disfrutaba de caminar por la calle sintiendo que sus piernas, un par de agujas cortas de carne mestiza, y que terminaban en unos zapatos bajitos, casi sin suela. Se llevaba las miradas de algunos hombres, y también de algunas mujeres. A la gente en Quito le gustaba mirar de una manera invasiva.

Dije Quito- se preguntaba- debería decir Quitu- continuó. Con ká? No, deje así, con cu.

Los quitus, además, no se habían ido a ninguna parte. En uno de los capítulos más tristes de la conquista de la ciudad (que más que una conquista fue una ocupación muy larga. Como cuando un inquilino deja de pagar la renta pero quiere seguir ocupando el departamento Y además que tu le sigas haciendo las reparaciones), Sebastián Moyano (cuyo apellido había sido cambiado a Benalcázar porque venía de un pueblo en España al que le habían cambiado de nombre a Bello Alcázar, cuando el rey decidió dejarles su antigua casa, un alcázar, a los plebeyos: antes de eso, su pueblo tenía un nombre medieval mucho más simple que el que le debían al palacio que desde la salida del rey habían pasado a ocupar los familiares del alcalde, unos tales Soto), había mandado a matar a todas las mujeres y los hijos de los habitantes de la ciudad, que se refugiaban en El Quinche, mientras los hombres trataban de espantar a los bárbaros europeos sedientos de oro y mujeres.

Pero la gente no se había ido a ninguna parte.

Un hidalgo (que significa guerrero, o caballero de capa y espada) contemporáneo señalaba- recordó Macarena- en una visita que hicieron a la hacienda que habitaba, que los árboles nativos: los pachacos, crecen, pese a todos los esfuerzos que uno puede hacer por reemplazarlos por pinos o eucaliptos. Mientras él decía esto, ella observaba a los vecinos del hacendado, con sus rostros tan ecuatorianos y no podía evitar pensar que en cierta forma se estaba refiriendo a ellos.

Y si no nos fuimos a ninguna parte, por qué tenemos que dejar de ser lo que somos?

Es decir quitus- pensaba. No quería decir con eso que para ser quitu había que tener un tipo racial. La raza no existía. A estas alturas, a quién, en su sano juicio le podía interesar identificarse como miembro de un grupo aislado. Habían pasado tantas generaciones, que eso de ser mestizo era algo que sobrepasaba las fronteras de Quitu, del Ecuador, o de América. Hasta Obama era mestizo. Lo era Kim Jong Un? Quizá ese hombre estaba tan loco que entre sus locuras quisiera seguir definiéndose por un concepto racial. Eso ya no era necesario- pensaba Macarena parada en la vereda esperando el bus que le llevara a su oficina en el norte de Quito.

Dije Quito. Debería decir Quitu?- lo dudó por un momento.

No lo sé, pero yo de quiteña no tengo mucho. Me siento más como una quitu.

Fin

Truly Gómez
11/29/17

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