Calladita, con la expresión que tiene cuando algo no le gusta, no es a mí a quien observa. Ni es lo que observa lo que la molesta, es lo que escucha. La voz de Trika, su ex novio y vocalista del grupo que está tocando sobre la tarima, es la causa. Por detrás, me acerco a ella, le abrazo de la cintura, la aprieto contra mí. Moviendo la cadera hacia un costado e inclinando la columna hacia el otro, se coloca para poder sostener mi cabeza apoyada en su hombro derecho. Sobre el asfalto de la cancha solo quedamos los dos, nuestro grupo de amigos y una sarta de chamos que insisten en armar relajo. Pequeños montones de basura se desplazan por el piso haciendo remolinos empujados por el viento, se levanta una polvareda. Me restriego los ojos, Susana apenas parpadea. Me cabrea que mire a ese tipo con tanto detenimiento. Su barriga se hincha con cada inhalación, para después retraerse como llevando su ombligo hacia la espalda cuando exhala. Le ha quedado esa costumbre de la danza. Nunca me podría enamorar de una mujer con un abdomen rígido como el de su profesora, prefiero sentir su barriga suave. Está molesta. Tensa su abdomen periódicamente. Trika acaba de empezar a cantar su canción. Duraron solo tres meses, pero llegaron a estar muy unidos. Cuando a él le botaron del colegio, ella casi se va también. Si no hubiera sido por mí, hubiera dejado de estudiar y estaría atrás de ese escenario esperando que ese vago se baje para llenarle de besos aunque haya cantado tan mal como lo está haciendo. Susana tal vez aún no ha descartado esa opción. Hace tan solo una hora esta cancha lucía repleta. Comparsas de niños y adultos disfrazados, los unos felices, los otros avergonzados, la cruzaban bailando, lanzando espuma de carnaval, globos y papelitos. En el escenario, un grupo rumbero de músicos vestidos de blanco hacía bailar a los padres de familia. La mamá de Susana, por ejemplo, se movía atrás del baño de primaria junto a un hombre disfrazado de gorila que le besaba los senos y le apretaba las nalgas mientras su papá hacía lo mismo con su secretaria en el despacho de su oficina en una importante compañía de seguros. En un costado de la cancha una fila de piernas se distinguía del resto, las candidatas a reina del carnaval esperaban la decisión del jurado. Veinte minutos después la más fea sería declarada soberana de la fiesta de la carne. La ropa todavía me huele a espuma de carnaval y mi cara guarda el registro del solazo. No sé cómo Susana y todo su curso podían estar vestidos de negro. Están trastornados, en lugar de presentar una comparsa movida y alegre como el resto de cursos, presentaron un desfile de desparpajos góticos con caras pálidas, ojeras, capuchas, cruces, vestidos largos y uñas pintadas. Si sus compañeros varones intentaban parecer punkeros, pandilleros, monjes o que sé yo, las mujeres se deben haber propuesto parecer putas. Susana trae puesta una falda negra cortita, unas medias nylon rasgadas y unas botas altas y pesadas. Me encanta vestida así, pero me emputa que nunca lo haya hecho para mí, que lo haya hecho para una comparsa. Nunca la he visto sonreír sin que esté high. Una llamada telefónica de Susana me levantó a las ocho y media de la mañana. Me pidió que la llevara al colegio porque se había quedado dormida. Yo sé que se atrasó a propósito para verme y fumar un poco de la grifa que guardamos en mi casa. Bajó a mi departamento, nos entretuvimos más de la cuenta y llegamos poco antes de que su curso se presentara, la estaban esperando. A nadie pareció sorprenderle las grandes gafas que cada uno usaba.La banda de Trika ha terminado de tocar, Susana gira su cabeza y me mira. Me da un beso. Se aleja caminando hacia atrás un poco, en su cara se empieza a dibujar una sonrisa, voltea de nuevo, ya no me ve, empieza a correr hacia el escenario. (continuará)
2002
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