mario salió de su casa apresurado. había terminado de escribir un ensayo sobre la nueva película ecuatoriana, cuando me toque a mí (era por ahí del dos mil ocho) y buscaba quien le pudiera vender unos pasajes baratos a francia. mario gonzáles era un estudiante de posgrado en la andina. hizo la clásica maestría en estudios culturales y tenía un interés especial por el cine. nunca estudio cómo hacer películas pero admiraba el trabajo de luzuriaga y aspiraba a ser crítico de cine. por eso quería ir a francia. en la estación del trolebús de la marín, pensó en la churudita, su ex compañera de la licenciatura en la salesiana con la que estuvo en clases de salsa y con quien perdió la virginidad oral. la churudita vivía en toulouse desde hacía unos seis meses y estaba casada con un reportero que trabajaba para radio francia, un ecuatoriano que doblaba como bajista de una banda de cumbia peruana que hizo un par de giras exitosas por latinoamérica. la churudita le pedía que actualizara su conexión de internet a banda ancha para que pudieran skypear y quitarse la ropa. cuando se encontró conmigo mario me contó que no podía esperar el momento en el que llegase a toulouse y se pusiera en contacto con la churudita. juan carlos- me dijo- te detesto- no entiendo como puede haber sido tan fácil para tí el viajar, mírame a mí, haciendo una maestría solo para que me perdonen el hecho de ser tercer mundista. malditos diplomáticos, por qué no pueden hacer algo más por nosotros los de carne y hueso. -se refería al hecho de que me habían aceptado en la escuela diplomática, en realidad no había viajado mucho. solo fui a méxico y a colombia, ah si también a venezuela. viajamos apretujados y cayendo en puro bache desde la marín hasta la colón. nos pegamos un almuerzo en uno de esos nuevos restaurantes que se han puesto los hindús y fuimos después a una agencia de viajes en la que atendía una amiga. era una especie de churudita pero de menos presupuesto, una gordita pelucona que se había graduado de la san francisco. decían que era buena poeta. alguna vez nos invitó a dar un paso adelante con nuestras carreras artísticas: inexistente desde que con mario proaño tuvimos nuestro dueto de guitarra clásica. éramos bastante loosers en ese entonces. estudiantes del san gabriel, aficionados de maná y enanitos verdes, apasionados bebedores de a fiestas de quito. hinchas de liga. todo ese paquete pedante e inocente del que había tenido que huir despavoridamente para que me tomaran en serio en la academia diplomática. no había pasado mucho tiempo desde el triunfo de correa y estabamos fresquitos con la corruptela gutierrista. nos daba miedo hablar de cualquier asunto político. paradógicamente, dentro de mi grupo de amigos, aquellos aspirantes a un puesto en algún consulado de habla hispana, lo que nos unía era nuestra afición por el karaoke y los ciclopaseos. este era el cuento más quiteño que había escrito- me dijo mario- cuando la churudita le contó que estaba chocha porque le habían ofrecido publicar en alguna revista de la universidad, le había hecho esa aclaración, el cuento estaba basado en los vaivenes del autoestima de una muchacha que aprendía francés en la alianza, que tomaba fotos en blanco y negro de los enamorados en la carolina y que escuchaba punk ecuatoriano. la churudita también había aparecido desnuda en unas fotos de un compañero de casa que estaba empezando a ser reconocido como fotógrafo de modas. había logrado de hecho que le dejaran tomar fotos de charlotte gainsbourg en la gala de el anticristo. la churudita, la que vivía en francia, no la de la agencia de viajes seguía ocupando todas nuestras conversaciones desde que fuimos a la agencia de viajes, hasta que llegamos a la casa de la mamá del mario en monteserrín. -vives solo, solo, solo? me preguntó su madre durante el cafesito. -en qué ciudad vivo, pensé.
Este fin de semana conocí a una mujer. La mujeres en mi mundo se dividen en tres tipos. las altas, las bajas y las feas. Esta pertenecía al grupo de las altas. -Horas después, Pastaza se daría cuenta que su único tema de conversación, las mujeres, estaba agotando a los pocos amigos que le quedaban. tenía que ejercitar su habilidad de conversar acerca de cosas como el calentamiento global, pero quejarse del estado catastrófico de Quito no iba a cambiar que Mr. Average Asshole pensara que lo que realmente tenía sentido en aquella escuálida metrópoli fuera comprarse otro cuatro por cuatro en lugar de ciclear o siquiera intentar tomar el bus y esto a Pastaza no le parecía que tenía solución. Sin embargo, Pastaza había empezado a andar en bici más que antes y había logrado reducir su panza a una casi imperceptible barriga. con lo que vinieron más mujeres, no mejores, que fabricaban nuevas historias con las cuales seguía perturbando a sus pocos amigos, que a dif...
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