mi abuela sonrío, esa es una de las trecientas cuarenta y cuatro sonrisas que aún me acuerdo de mi abuela. comparadas con las cinco de mi abuelito faustito. es momento en el que tras la puerta de su cuarto. todavía bebé yo (gateaba) miro arriba y me encuentro con un señor con un terno café. un señor exquisito. moreno medio calvito con el pelo todo cano. con una camisa beige medio sucia, osea sucio institucionalizado. percudida. abre el closet que crujía porque era de madera vieja. con ese olor carácterístico de un departamento en la avenida américa en el ochenta y tres (yo tenía casi dos años). saca de una cajita negra creo que era (en este punto mi memoria funciona como una película que escribí yo sobre el tiempo en el que recordé mi relación con una gitana que había prometido llevarme a la ciudad de la magia subiendo por un camino secreto, un sendero que se escondía en el sonido del carrizo y el galope. llegamos al tunel como un par de ratas envueltas en moho. hicimos el amor...